EL HORNERO Y EL HOMBRE

El hornero su horno erige
adherido sin cimientos;
pero previendo los vientos,
la base que ducho elije,
que tenga firmeza exije
pues cosa donde lo aferra,
clavada la busca en tierra:
árbol, poste o mojinete.
Su plano error no comete;
como arquitecto no yerra.

Canta después de llover
y agradece juviloso
con aleteo impetuoso
del suelo el reblandecer
para su amasijo hacer;
y así de oírlo te intrigues
y vanamente investigues,
nombra su canto estridente
a ‘Rodríguez’, insistente;
vaya’ saber qué ‘Rodríguez’.

Fiel a su oficio trabaja;
viene y va cargado el pico
por vez un ladrillo chico
fresco de barro y de paja
para su bastión que ataja,
como el saber recomienda,
inclemencias en contienda;
y a diferencia del hombre,
no cambia por más renombre,
su modelo de vivienda.

Hombre de precario inicio
al que enseñó a trabajar
cuando quiso refugiar
su ser en hogar propicio.
Humilde sin desperdicio
y sin pilcha que le sobre,
siempre de rústico cobre
su amarronado matiz,
es rico con ser feliz;
no le importa lucir pobre.

Por eso de nuestro suelo
​​​​​es ‘arquitecto marrón’,
alquimista del terrón
que sin ego de su vuelo
compaña da pa’ consuelo
y tan sólo un malparido
puede tumbarle su nido;
o un gurí, que con los años,
seguro lamenta el daño
que travieso ha cometido.

En fin, pájaro sagrado
de la gaucha tradición
cual alada bendición
es el Hornero nombrado
cerca del hombre poblado
hermanados en quimeras
con moradas compañeras
que sólo sin alegrías
ni amor pueden ver vacías
convertidas en taperas.

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