Jona Umaes

Cabezas huecas

          Un grupo de amigos cenaba en un restaurante. Habían reservado una mesa para 8. Fran llevó a un conocido que llevaba poco tiempo en Madrid. Se llamaba Roberto. Era un hombre al que le costaba hacer amigos, muy concentrado en su trabajo, le dedicaba la mayor parte del tiempo. Había pedido traslado por ciertos problemas en su puesto en Zaragoza, que no quiso compartir con Fran. Este, queriéndole echar un cable, le presentó a sus amigos y le habló de las juergas que se montaban en el chalet de uno de ellos. El carácter reservado de Roberto se esfumó una vez se tomó unas cuantas cervezas. Aunque, en un principio, fue reacio a ello, sucumbió ante la insistencia de los presentes. Ellos, más habituados a beber, ya se encontraban algo achispados, si bien menos que él, que se le trababa la lengua a pesar de largar todo lo que se le pasaba por la cabeza.

 

—Roberto, ¿sabes que Paco tienes ciertas habilidades nada comunes? —dijo señalando a su amigo con el dedo.

—Bueno, tampoco exageres —dijo el otro —. Es solo una afición y no funciona con todo el mundo.

—Anda, anda. No seas modesto y haz una demostración.

—¿Pero de qué se trata? —saltó Roberto, picado por la curiosidad.

—Nada especial. Siempre me interesó el tema de la hipnosis. Soy aficionado desde hace años.

—¿Hipnosis? ¡Yo no creo en esas tonterías! Me parece puro teatro. Cuando lo he visto alguna vez en TV, me da hasta la risa.

—¿Quieres probar? Dijo Fran, retándolo. Total, si no crees en ello, nada puede ocurrir.

—De acuerdo. Será divertido —dijo un Roberto transformado por la bebida.

 

          Todo iba como la seda. Roberto, como víctima de la patraña, accedió encantado a ser el protagonista de la obra tan bien diseñada por Fran junto a su compinche hipnotista. El resto de amigos, ignorantes de la trama, participaban como meros figurantes. Paco, con su experto juego de manos y su voz embaucadora, dejó al pobre Roberto aleado en cuestión de segundos. Tras jugar unos instantes con él, para diversión de los presentes, le dio una serie de instrucciones y terminó la sugestión con un chasquido de dedos.

          Todos aplaudieron admirados, entre alcohólicas risas y comentarios, por el buen hacer de Paco. Únicamente él y Fran habían dosificado adecuadamente la cantidad de cerveza ingerida para estar lo suficientemente frescos y llevar así a cabo su plan. El resto apenas si prestaban atención, más atentos a las chicas que pululaban a su alrededor que al espectáculo de Paco.

 

—¿Qué ha pasado? —dijo Roberto.

—¿No te acuerdas de nada? —dijo Fran— Paco te ha hecho cacarear como un gallo, ja, ja, ja, y tampoco cantas mal como tenor. Tienes mucho talento oculto, ¿lo sabías?

—¿Yo? Para nada.

—Pues nadie lo diría, ¿verdad, chicos? —todos aseveraron sus palabras entre risotadas y tragos de cerveza.

—Pero lo del carpintero no lo he entendido —saltó otro, medio borracho.

—Es parte del juego —zanjó Paco—. Pero, ¡brindemos por el nuevo fichaje! —terminó diciendo, para desviar el tema —. Todos chocaron sus jarras y pegaron un largo trago.

—No sé de qué estáis hablando —dijo Roberto, contagiado por la hilaridad general.

—Bueno, ¿qué? Entonces, este sábado fiestorra en casa de Julio, ¿no? —saltó al instante Fran, finiquitando la actuación.

—¡Claro que sí! ¡Lo pasaremos en grande! ¡Lucía traerá unas amigas con ganas de marcha! —contestó el aludido.

—¡Ya verás cómo nos lo montamos! —dijo Fran a Roberto, soltándole un codazo que hizo que se derramara la cerveza de su jarra, mojándole los vaqueros.

—¡Joder tío! ¡Que me pringas! —protestó el otro.

—¡Va! ¡Ahora te pido otra! Esa pelirroja no te quita la vista de encima. —le dijo, señalando a una chica que tomaba una copa de pie— ¿No te has dado cuenta? Ahora verás.

 

          Fran se acercó a la barra a pedir otra birra para Roberto y se aproximó a la chica para susurrarle algo al oído, extendiendo el brazo en dirección a su «amigo».

 

——————————————————————

 

—¿Qué vamos a hacer este verano? Hay que buscarse un curro, ¡ya! Pronto empezarán a subir los precios de los hoteles, la gente empieza cada vez más temprano a hacer reservas. Tenemos que ir a Ibiza sea como sea.

—No sé, tío. La cosa pinta mal. Llevo buscando en Internet varias semanas y no hay manera.

 

          Diego y Luis, eran dos treintañeros, amigos de infancia, uña y carne, con pocas luces a pesar de su edad. Ninguno terminó sus estudios y trabajaban normalmente de camareros o repartidores, lo que surgiera antes. Luego se iban con lo poco ahorrado varios días de vacaciones en busca de aventuras, allá donde se encontrase el chollo.

 

—¡Ey, mira! —dijo Diego —. Aquí dice que se buscan dos personas para trabajo sin cualificación. ¡Dinero fácil!

—¿Ah, si? ¿Indica teléfono?

—Sí, llamo ahora mismo.

 

          Citaron a ambos chicos para la entrevista a la misma hora. La oficina se encontraba en la nave de un polígono. Fran y Paco les esperaban tras una mesa alargada, fumando como carreteros. La luz de un pequeño ventanal atravesaba la nube movediza de humo de los cigarros. Nada más ver aparecer al par de jóvenes que se aproximaban, supieron al instante que eran los apropiados para el trabajo. Dos cabezas huecas con aire despreocupado.

          Les explicaron de qué iba el asunto. Se trataba de un robo, pero para que no se alarmasen, les aseguraron que no entrañaba ningún peligro. No habría heridos, ni policía, ni nada de nada. Un trabajo limpio y rápido. Tan solo tenían que acercarse a la mesa de una persona y decir una frase. Luego, la víctima estaría a su merced y haría todo cuanto les dijeran, sin resistencia alguna.

          Los muchachos no se convencieron hasta que Fran les explicó con detalle de qué se trataba. Saldrían del banco como si nada y luego se repartirían el botín.

 

—Bueno, entonces, si estáis de acuerdo, tomad este papel donde se indica lo que tenéis que decir. Es muy importante que no os olvidéis de las palabras mágicas. ¿Quién hablará? —quiso saber Fran.

—Yo lo haré —contestó decidido, Diego.

—Bien, repíteme la frase clave.

—«48 clavos necesitó el carpintero».

—Ok, lleva contigo la «chuleta», por si, finalmente, tienes que consultarla. Sin ella, no hay dinero —. Pensó para sí que lo de «finalmente» se lo podía haber ahorrado porque estaba seguro de que aquel cabeza de chorlito era incapaz de memorizar nada.

—Sí, la llevaré en el bolsillo por si no me recuerdo. No te preocupes. Una pregunta. ¿Por qué necesitáis a dos personas?

—Es más seguro que seáis dos. Puede surgir cualquier imprevisto, así os apoyáis el uno en el otro. ¡No quiero riesgos!

—De acuerdo. Parece que lo tenéis todo bien atado…

 

——————————————————————

 

          A Fran no le había supuesto mucho esfuerzo ganarse la confianza de Roberto. Le sonsacó toda la información que pudo en una ocasión que lo invitó a su casa. Al parecer, en el banco donde trabajaba, llevaba las cuentas de varios personajes públicos y adinerados. No tenía trato personal con ellos, pero sí con sus representantes. Fue cuando a Fran se le ocurrió la idea. Era un crack de la informática y podía acceder sin mucho esfuerzo a ordenadores ajenos. Con Roberto vio el cielo abierto. Supuso que en su ordenador podría encontrar información confidencial de ciertos clientes, y así fue. En una ocasión que se coló en su máquina, localizó un listado de nombres y documentos de identidad que sustrajo para estudiarla con detenimiento. Un puñado de aquellas cuentas era de personas de cierta relevancia.

          Trazó el plan con su amigo Paco. Por supuesto, no harían el trabajo sucio. No había necesidad. Buscarían unas manos inocentes, pero tomarían las precauciones necesarias para que, en ningún caso, nadie fuera descubierto y se destapase la trama.

          Los hombres que debían hacer el trabajo por ellos debían resultar irreconocibles, ya que habría cámaras por todos los rincones. De ello se encargó un conocido de Paco, profesional de maquillaje, que también se llevaría su pellizco, aunque, como no querían que hubiera más implicados, en ningún momento fue informado del asunto.

 

———————————————————

 

—Tío, estoy nervioso. Hay un montón de cámaras —dijo Luis.

—Está todo controlado. Tranqui. ¿Tú te has mirado al espejo? ¡Pero si ni yo te reconozco!

—Ya pero...

—Calla que nos toca ya. ¡Vamos!

 

          Ambos jóvenes tomaron asiento en el puesto de Roberto, que terminaba de hacer unos trámites en el ordenador.

 

—Buenos días, ¿en qué puedo ayudarles?

—Esto, nosotros... —. A Diego se le había olvidado la frase clave. No lograba recordarla. Se llevó la mano al bolsillo en busca de la nota donde estaba escrita, pero no dio con ella. Se le había dejado en casa. —. Oye, —se giró hacia su amigo— ¿te acuerdas de las palabras mágicas?

—¿A mí me preguntas? ¡Estoy tan nervioso que no me acuerdo ni de mi nombre! Creo que era no sé qué de un clavo.

—¡Ah, sí! ¡Ya lo tengo!

—Perdonen, hay gente esperando. ¿Pueden decirme qué sucede? —preguntó Roberto.

—«Pablito clavó un clavito. ¿Qué cavlito cavló Pablito?» —dijo Diego.

—¿Perdón?

—Así no es, ¡besugo! —dijo el otro—. Es: «Pablito cavló un clavito. ¿Qué cablito clavó Pablito?»

—¡Nooo, así no puede ser! ¡Suena fatal!

 

          Alguien que estaba sentado en la mesa de al lado, escuchando la discusión, se aproximó a ellos para aclararles el cómo se decía.

 

—Perdonen, no he podido evitar oírles y creo que se equivocan. La frase correcta es: «Pablito clavó un cavlito. ¿Qué clavito clavó Pablito?»

—¿Pero qué dice? ¡Eso suena peor todavía! ¿Quién le ha dado a usted vela en este entierro? —protestó Diego.

 

          El de la mesa del otro lado, no pudiendo contenerse ante tanta ignorancia, se aproximó igualmente con gran alteración.
 

— ¡Señores, pero qué incultura! ¿De dónde han salido ustedes? La frase correcta es: «Pablito clavó un clavito. ¿Qué clavito clavó Pablito?»

—¡Esa! ¡Esa es! ¡Sí, señor! —saltó Luis.

—¡Pues claro! ¡«Un poco de por favor»!

 

          En esos instantes sonó el móvil de Diego.

 

—¿Sí?

—Oye, soy Fran. ¿Cómo val el tema?

—Pues no recordaba las palabras y aquí estamos reunidos varios intentando dilucidar. Menos mal que se ha aproximado un señor que ha dado en el clavo. La frase era «Pablito clavó un... »

—¡Pero qué Pablito ni narices! Saltó colérico Fran. Pero, ¿cómo se te ha podido olvidar? ¿No te dije que llevaras encima el papel? ¿Y tu amigo? ¿Tampoco se acordaba?

—¡Lo hice!, pero se me he olvidado también la nota, y Luis tampoco se acuerda. Está como un flan. Al menos me hace compañía en estos duros momentos…

—¡Qué desastre! ¡La frase que tienes que decir es «48 clavos necesitó el carpintero»! ¡Deshazte de toda esa gente y haz tu trabajo, ya!

— Disculpen, ya se pueden retirar. Muchas gracias por su ayuda. Ya nos apañamos.

 

          La gente se retiró cada uno a su lugar, pero Roberto ya estaba fuera de sí por el tiempo que le estaban haciendo perder.

 

—¿Se puede saber de qué va todo esto? ¿Quieren decirme de una vez qué es lo que desean?

—«48 clavos necesitó el carpintero» —dijo Fran— Al instante, Roberto quedó en trance, sin decir palabra.

—Creo que ha funcionado. Mira la cara de lelo que se le ha quedado —dijo Luis.

—Cierto. Sigamos con el plan.

 

          Diego le entregó unos folios y le dijo que hiciera transferencia de todo el dinero disponible en las cuentas de las personas anotadas a la cuenta indicada al pie de la última página.

          Roberto obedeció sin chistar. Después de realizar las operaciones en el  ordenador, devolvió el papel a Diego, quien no tuvo que hacer mucho esfuerzo para acordarse de que tenía que chasquear los dedos y así terminar con el  trabajo. Así lo hizo. El otro salió del trance, ignorante de todo lo acontecido en el rato que estuvo operando con el ordenador.

 

—Bien, ¿entonces, qué me decía que querían? Me he quedado en blanco unos instantes. No sé qué me ha ocurrido.

—Disculpe. Es que hemos olvidado nuestros documentos de identidad y no vamos a poder hacer la transacción que queríamos. Que tenga un buen día —y a continuación ambos chicos se levantaron y salieron del banco tranquilamente.

 

          Fran estaba que se subía por las paredes. Esperaba la llamada de Diego desde hacía un buen rato. Lo llamó en numerosas ocasiones, pero este tenía el teléfono fuera de cobertura o apagado. No sabía qué era lo que sucedía.

          La cuenta offshore a la que se traspasaron los fondos estaba ubicada en un paraíso fiscal, Nevis concretamente. En cuanto el montante estuviera disponible, lo pasarían a otra cuenta, desde la cual tener disponibilidad inmediata del dinero y desaparecer sin dejar rastro. Pero Diego no era tan tonto como parecía. Sabía que seguramente se la jugarían y no vería ni un euro de lo sustraído, así que contactó con un amigo, experto en finanzas, para asesorarse y abrir una cuenta en la misma ubicación, pero a su nombre y al del su amigo. Todo el dinero fue a parar sus bolsillos, ya que la cuenta destino anotada en el papel la habían cambiado por la de ellos.

          La guinda en el pastel fue la última operación en el listado de transacciones. Un ingreso de 1 €, ahora sí, en la cuenta de Fran, en concepto de: «Para pipas. Atentamente; Diego y Luis :-)»

 

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