Hacía tiempo que me perseguía una duda existencial, era el saber desde mi más profundo desconocimiento cuales eran las actividades de la comunidad china en mi país.
Desde tiempos inmemorables, esa comunidad silente y como corresponde a su cultura callada y silenciosa, yo creía que trabajaban o bien en restaurantes chinos, o bien en los bazares ídem.
Cual fue mi sorpresa al saber que también andaban metidos en la construcción. Nunca hubiese imaginado verlos de paletas, de fontaneros o en una inmobiliaria. No porque no lo pudiesen hacer, sino porque no es lo habitual.
Claro, que yo tampoco tengo directa relación con el negocio urbanístico, y casi mejor, tal como andan los asuntos en la “operación Malaya”
Estaba yo en éstas, cuando escucho una conversación, a pocos metros de donde yo estaba sentada tomando café tranquilamente en una terraza. La tertulia me puso los pelos como escarpias, así que decidí, pedir otro café y seguir escuchando.
La construcción que siempre ha sido el amparo, de los venidos de fuera, ahora se veía invadida el carácter disciplinado de los chinos.
¡Dios nos libre!
- ¡Son ambivalentes!- decía un constructor. Tanto te montan un lavabo, como te cuidan un jardín, o te hacen una instalación eléctrica de un chalet.
Atenta a la conversación, que mantenían, al lado de mí mesa escuché lo siguiente:
-Y los chinos, ¿donde se metieron?
Era una cuadrilla de trabajadores, con mochilas y gorras que tomaban una birras después del trabajo.
Al parecer, la cuadrilla se había desplazado más de cien kilómetros para trabajar en una obra. Estas cuadrillas repartidas en tres o cuatro personas realizan las tareas propias que les asigna el constructor, que es el que se saca la pasta gansa.
Se ve, que la tarde anterior, cuando el constructor les había ido a recoger, se dio cuenta que los chinos no estaban.
Sin más se volvieron el camino andado, pensado ¡craso error! , que los chinos se habían ido por su cuenta.
Al llegar en la mañana siguiente a la obra, que normalmente esta alejada de las urbes, escucharon voces que provenían de uno de los sótanos de los chalets. Las voces inteligibles, pensaron:
¡Los chinos!
Y no se equivocaron, abrieron el sótano, y allí estaban sentados tranquilamente.
Como pudieron les explicaron que había habido un chivatazo de una inspección, y ellos ni cortos ni perezosos se habían encerrado, toda la noche allí, sin agua, sin luz, sin comida. Y allí estaban sonrientes como el primer día, dispuestos a comenzar la tarea.
¡Como si allí no hubiese ocurrido nada!
No se les ocurrió salir corriendo, o decir que pasaban por allí, o que vendían estatuas de jade.
¡No!
Simplemente se encerraron, y como vieron que nadie les reclamaba y que el patrón ya habría ido. ¡Pues allí se quedaron!
Yo alucinaba, haciendo alargar el café hasta lo infinito esperando impaciente el final de la historia.
Todos reían a carcajadas, explicando los acontecimientos.
-¿Y que dijeron cuando salieron?- preguntó uno riendo a mansalva.
¡No dijeron nada! contestó otro al cual las lágrimas le resbalaban por las mejillas de tal ataque de risa que tenia.
Yo me quedé pensativa, sobre dos cuestiones:
“La fiebre amarilla ataca los ladrillos”...
Y…
Si fueron capaces de estar toda la noche enterita con frío, sin nada más, de aquí un tiempo serán los dueños de las urbanizaciones.
¡Y riete de la Operación Malaya!
Angels Vinuesa