Maria Teresa Aláez García

Todo se hace nada

Esa sensación de tener el mundo en las manos. La felicidad, la dicha completa, de ser poderoso, grande, tremebundo en comparación con el planeta, de sentirse compenetrado con las fuerzas del universo e integrado junto con quien puede hacer mucho, sobre quien no puede hacer nada. No mirar el abismo con miedo, sino como una parte del entorno, como si se pudiera meter la cabeza y volver a sacarla sin temor a perderla.

 

 

De poder llevar alas en los pies y volar, volar por todo el entorno, volar por el vacío que está lleno de interior, de cosas que no se ven pero se pueden sentir. De ser más veloz que la luz, más raudo que el sonido, menos denso que el aire y más liviano que el éter.

 

 

Todo, todo queda tranquilo. Se puede mirar la luz, de hecho se puede tener esperanza, se puede tocar, saborear y reír con ganas, a carcajadas y aunque haya problemas de otro tipo, se pueden controlar y se tienen ganas de movimiento, ganas de cambio, ganas de disponer pero siempre teniendo en cuenta lo que está arriba y lo que está abajo.

 

 

Y, de repente, algo que viene de dentro del abismo, suelta su lamento. Y se oye el lamento. Se le dirige ayuda. Se baja el oido, no se puede ser tan distante, a fin de cuentas se ha pasado por el abismo antes de subir a la inmensidad.

 

 

La generosidad permite realizar ese acto.

 

 

Se encuentra en el lamento sufrimiento.

 

 

Un gran sufrimiento. Un enorme pesar que provoca un acercamiento. E incluso cuando arriban han sugerido que esos lamentos mejor hay que escucharlos de lejos, que se atenderan igual en su momento, no se puede permanecer al margen de ello. Es necesario acudir en la ayuda y no despreciar la llamada porque se estuvo ahi y aunque no se tenga que volver a bajar, sí se ha de tener en cuenta que otros siguen violentando la paz ajena.

 

 

Se baja. Se recuerda aquello. Se recuerda lo que en otros tiempos se hubo de superar. Se recuerda que el corazón ha tenido que pasar por un montón de escalones para poder subir de nuevo a la esperanza. Y no se quiere volver pero el lamento le necesita a una.

 

 

Y se llega al lamento. El corazón que profiere el quejido es todavia más inocente y posiblemente puro que el de una. Y es necesario ayudar a ese corazón a subir. Y se sabe lo que se ha de hacer. No es necesario preguntar.

 

 

La mano se abre. Un polvo de letras, números, soles, lunas, estrellas, salen volando y mientras el alma en desgracia comienza a subir, se siente el descenso acelerado hacia el abismo. Y no se hace nada, nada, nada... no se puede, es necesario siempre caer y pasar por abajo para volver a subir.

 

 

Agua. Llueve dentro. Fuera ya no llueve, se acabó el agua para llover fuera.

 

 

Dentro sí, hace muchos años que se diluvia pero el Arca de Noé no desaparece en este lugar y se navega continuamente.

 

 

Y cuando se haya la solución, cuando el alma triste se encamina, cuando empieza a subir el podium de la fortuna, se siente que algo se ha roto y se ha ido en ese polvo de estrellas parte de una misma.

 

 

Y se cae en el abismo sin proponerlo pero sin frenarlo. Las ropas vuelan, pero no se gira, se cae de pie. Y la oscuridad abre su boca pero no muerde, ayuda a amortiguar la caída. Entonces se entiende que se había de bajar para que la dicha y la felicidad se pudieran subir arriba y que se era necesario para conseguirlo. Se siente el vacío a los pies y no se vuela, sólo se cae, se cae, se pierde todo para siempre, se cae, se cae y todo va pasando hacia arriba, incluso las pruebas más duras, y hay un arañazo y un golpe y se sigue cayendo, voluntariamente, libremente, obsequiosamente, se sigue yendo cada vez más abajo, abajo.

 

 

Al llegar al tope, se sube. Porque hay un tope. No sé cómo explicarlo pero nunca se acaba de caer del todo. El vacío resulta elástico. Y toca volver a subir, a escalar, a pasar por todo lo que siempre se vuelve a recordad. Pero esta vez, hay un escalón más que se asciende, un escalón de superación que indica que ya no se ha de volver hacia atrás.

 

 

Ya no se mira hacia atrás.

 

 

No hay miedo de convertirse en estatua de sal, pero no se mira atrás .y ahora se vuela, se ve el universo amigo, se vuelven a ver las paredes azules, la inmensidad... pero no hay brillo en el corazón. Lo ocupa una paloma negra que busca refugio y calor para su frío interior.

 

 

Paz.

 

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