Maria Teresa Aláez García

Descalza

Necesito escribir sobre aquellos dias en los cuales el paisaje de la tierra donde vivo era virgen.

Caminábamos descalzos sobre los cantos rodados y las rocas que estaban en la playa, que estaba virgen, sin contaminar. Como mucho, algunos peñascos tirados en ciertas zonas para que el mar no se comiera la carretera.

Nos subíamos sobre las placas submarinas que quedaban al raso bajo una cortina de agua tímida y que estaban llenas de una pelusilla marrón, un alga muy fina, como una especie de musgo. No resbalábamos por allí. Había otra alga más verde y más dura que sí ofrecía peligro de caer, pero como mucho… al agua. Me gustaba pasear sobre esas placas y ver los pequeños peces entre las algas así como los que se esconden debajo de la arena para pasar inadvertidos. Me gustaba bucear para unirme a las bandadas enormes de pececillos y navegar junto a ellos o por debajo para no molestar. La verdad es que me sentía muy integrada al fondo submarino. Y podía permanecer varios minutos bajo el agua sin respirar, a la vez que nadar muy rápido para cubrir largas distancias. Era magnífico.

También me gustaba caminar sobre las rocas del puerto o de la playa, las placas que ya salían más hacia fuera. Por allí tenía la sensación de que cada roca era un desafío a vencer. Las rocas de superficie más alisada se podían pisar sin calzado pero tenían el peligro de que algún pescador dejara por allí sus anzuelos y encontrarlos clavados en la dureza que se hacía en la planta, dureza que yo creía que sobreviviría en mis pies durante años. Pero había rocas resbaladizas, escarpadas y muy ásperas que dañaban la planta. Y cada una tenía su manera de ser pisada y solventada. Tenía entonces una estrategia para pasar por cada una de ellas e incluso, cuando logré dominarlas, encontré un pasadizo debajo para ocultarme, escuchando debajo de mí el mar rompiendo en los días de temporal y cubierta de la lluvia. Además nos habíamos especializado en la cogida de erizos y pechelinas sin cuchillo y su posterior consumo con agua de sal, así que comida y resguardada pasaba muchas tardes de primavera, otoño e invierno en aquella playa de la cual decían que no tenía mucho interés para divertirse. Claro, no tenía arena, no se podía jugar bien a las palas, pero con unas sandalias sí era factible. Tenía un fondo y una riqueza marina que merecía la pena resguardar. Pero no sé por que, la frivolidad siempre gana las partidas.

En la vida, todas estas experiencias me servían también para solventar los peñascos que tenía que pisar en mi camino. Cada problema o cada roca era ese desafío a superar. Mi entrega, mi voluntad, mi firmeza a la hora de conseguir aquello que deseo y luchar hasta el final por lo que parece imposible, doblegarlo o, en su caso, saber renunciar a ello porque tenemos metas imposibles también. A todo esto me ayudó el camino que seguí en la vida con mis experiencias. Me ví en la necesidad de enseñar a mi cerebro con práctica que los obstáculos siempre son susceptibles de ser superados. E incluso a mirar por encima de esos obstáculos o integrarse dentro del problema y reventarlo desde dentro o hacer de él un refugio, de su esqueleto, de su cuerpo.

Cuando tras solventarlo o renunciar, había quien me decía que parecía no tener corazón, me daba mucha tristeza. Aún ahora, en cuanto puedo resolver algo intento poner manos a la obra rápidamente y parece que no siento ni padezco. Me pongo rápidamente en acción. Y al acabar, parece que veo las cosas tan fáciles… Claro que sufro, padezco como todo el mundo, me alegro como todo el mundo y como a todo el mundo le ocurre, no me gusta el dolor ni el sufrimiento mío ni el de los demás. Y menos mantenerlo durante dias, años, horas, a toda costa. No sé por qué, tengo un espíritu más  práctico y no me ha gustado nunca el planteamiento de: paciencia, quédate sentada, mira, reflexiona, ve, y  a ser posible, mantente al margen. No, no es lo mío. Lo mio es ver el problema, reconocerlo, buscar soluciones y actuar. Que salgo muchas veces herida… las cicatrices que adornan mi cuerpo lo demuestran, pero mi trabajo resulta bien hecho en la mayoría de las ocasiones.

Y sobre todo, orden. Cuando a mi pesar, muchas veces, logro colocar la cosas en su lugar, aunque en mi pecho o en mi interior el dolor persista, me alegro de ver que las cosas siguen su curso y evolucionan favorablemente, como ha de ser.  También he aprendido a ver cuándo soy un escollo a solventar y me elimino lo más rápidamente posible. Me dicen que eso lo tienen que decidir los demás… pero no me gusta alargar sufrimientos gratuita ni innecesariamente.

Y menos encontrar negligencia, frivolidad, snobismo en mi entorno.  No  sé, no he tenido mis experiencias para vanagloriarme de ellas sino quizás por seguir organizando y reorganizando este entorno en el que vivo que no entiendo y que me hace vivir en una constante incomprensión y la mayoría de las veces, percepción de las cosas. No he entendido nunca la crueldad gratuita del ·”ese no es como yo” sin tener una razón por la cual ser cruel. Así que siempre que alguien no me gustaba acudía a conocer el por qué no me gustaba. Y buscaba un por qué me gustara. Y aplicando de este modo las cosas en la gente que me rodeaba, lo aplicaba en mi entorno. Siempre me disgustó la gente que se queja de que algo está mal, sentada en su sillón sin moverse para solucionarlo. Porque no se podía. Bueno yo iba a ver qué podía hacerse y me consta que otra mucha gente lo hace también. No nos quedábamos en casa escribiendo y lamentándonos por lo que podía o no podía ser, debía o no debía ser. Nos incorporábamos a labores de voluntariado y es más, nos inmiscuíamos con aquellos a los que nadie quería para desgracia de nuestras familias o de nuestro entorno social. Ahora que me han tenido que detener para poder escribir,  antes escribía a lo sumo algún poema existencial o los trabajos escolares – ahora es cuando puedo realizar un suma y sigue de todos estos hechos. Pero entonces, no había tiempo. Ahora es cuando entiendo que nadie me atracara por las noches, cuando volvía a casa tarde, aunque algún que otro susto sí me llevé porque nunca se sabe cuándo la gente va a reaccionar ni como. Precisamente los sustos venían de la gente supuestamente “bien”, de los que se quedaban sentados en el sofá o necesitaban la seguridad de su entorno.

Aún ahora sigo solventando escollos e incluso enseño a los míos a seguir ese camino. El escollo de la droga, el escollo de la incomprensión, el escollo de la pobreza. El escollo de la amargura, de la paliza, de la irracionalidad, del racismo, del miedo sobre todo.  Y hoy, cuando hablaba con una amiga que es como yo, de los problemas que surgen con nuestros hijos, quienes también caminan con sus pequeños pies descalzos sobre la vida, analizando sus respuestas ante los problemas, creo que nos hemos sentido ambas muy orgullosas. De saber hacer y de saber renunciar. De no odiar y de razonar para seguir queriendo. De saber hacer frente a la soledad, a la amargura y a la incomprensión y de seguir construyendo sin parar. Esta conversación duró media hora ante un zumo porque la inmovilidad está fuera de nuestro alcance y en seguida nos volvimos a poner en acción. A unir, a atar, a desatar, a apoyar, a ayudar, a arreglar. O a desatar y desarreglar que muchas veces también hay que hacerlo así.

Ella por tierra, yo por mar. Ambas fuimos niñas que saltamos por encima de los problemas calizos o de los placajes marinos de la irrealidad. Y espero que ya, no cambiemos.

Que sigamos mirando con nuestras manos abiertas y nuestros pies descalzos los temporales de la vida y la cordillera  de la negligencia humana. Y sepamos solventarlos.

 

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Veröffentlicht auf e-Stories.de am 19.01.2008. - Infos zum Urheberrecht / Haftungsausschluss (Disclaimer).

 

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