Los vecinos

                       
                      Recuerdas la casa de los damascos, aquél  caserón de veinte habitaciones. Supe que los herederos la vendieron. Desde mi ventana pude ver a los nuevos dueños.Tuve la impresión de que era gente adinerada. Viajaban en un coche conducido por chofer .Del vehículo bajó un  hombre alto, altísimo, de unos cuarenta años.
                       Al día siguiente, ví luces en la casa de mis nuevos vecinos. Había bultos, gente, en fin todo el bullicioso ajetreo de una mudanza. El señor alto daba indicaciones,movía sus brazos , giraba la cabeza. Todo este deslizar de cosas y de personas me hizo pensar que ocuparían muy pronto la casa.
                      En ese momento reviví  episodios casi olvidados:losjuegos infantiles,la rayuela, los escondites, los damascos que comíamos a hurtadillas. Vuelvo a la realidad cuando veo que el nuevo señor  de la casa cruza la calle, sólo, en su estatura inmensa, todo indica que viene a verme... ¿Qué  buscará?. Quisiera levantarme  para recibirlo,para darle una bienvenida decorosa. El vecino se acerca…se acerca. Por primera vez le veo la cara, espantosa, deforme, sus ojos son dos masas blancuzcas, sin vida.Sus manos,dos garras enormes, repugnantes.Su figura se va agrandando cada vez más. Ahora él es un  gigante, casi le resulta imposible entrar en la casa. Los damascos no le dejan ver el sol, los arranca.
                     Avanza tirando paredes hasta que el caserón también se va desmoronando.

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