Roberto Noriega

El asilo

 
Tenía siete cuando un buen día llegó mi hermana con una bella gata a casa. Blanca como la luna cuando es enorme y pasada la medianoche eran sus ojos. Toda una verdadera distracción y alegría para mi mente inmatura de aquellos tiempos.
 
La gatita se apegó en poco tiempo a mi y a mis costumbres, cuando me sentaba ella lo hacia pasando primero por mis canillas y después subía sobre mis piernas adoptando una posición como de esfinge, me encantaba verla en ese estado.
 
Al cabo de cincuentaisiete días de tenerla sentía la necesidad de bautizarla con el nombre de “Yu”, solamente la situaba como “Blanca”, por su color. Ese nombre sitiaba mi cabeza desde algún tiempo atrás. La verdad, aquel seudónimo estaba destinado a un perro, nunca me imaginé que mi primera mascota fuese un gato, una gata.
 
Eso lo decidí al meditarlo mucho y concluir que con Yu en la casa no podía traer otro animal, los gatos son animales melindrosos y les fascina rondar como sombra, homogéneo a mi les gusta la soledad con su compañía.
 

 

 
Transcurrió un año y Yu y yo nos llevábamos de maravilla, por toda la casa no hubo rincón que no hayamos desordenado. Todas las cortinas fueron abiertas para verla caminar en los bordes del friso como un demonio vigilando hacia abajo, reteniendo a los querubines y saltando sobre ellos. La casa era muy grande, como trece habitaciones. En cada cristal aterrizó el reflejo chocante de sus ojos alumbrados por la noche y atenuados por el frio.
 
A mi hermana no le importaba en lo mas mínimo que ande por ahí dando vueltas y cortando el paso intencionalmente al que se cruzara en el mismo instante en el que correteaba, sin embargo fuese con ella mismo.
 
Pero a mi hermano no, el era diferente, y creo que por culpa suya viví lo que hasta ahora me angustia e impide mi quimera. Él solo permitía más que apenas caminar aligeradamente por los pasillos y recamaras de la casa. Nada que altere la quietud y serenidad que me volvía loco.
 

 

 
Pasaron cinco años y Yu se había convertido en mi viva imagen, serena y desconfiada, solo era accesible conmigo y con mi hermana tal vez.
 
Un día salimos mi hermana y mi madrastra hacia una plaza que reinauguraban cerca de nuestra casa y yo no me lo quería perder por nada, me encantaban los fuegos pirotécnicos y un tanto el bullicio de las personas. Mas aun cuando se fijaban en mi hermana y miraban sorprendidos una beldad de mujer con un muchachito como yo.
 
Me gustaba mucho y ella lo sabia. En contadas ocasiones gozaba de fantasías donde provocaba mi clímax total. Todo eso se debía a que innumerables veces la mire desnuda, por supuesto que con la minúscula intención de hacerlo. Era como si mis ojos poseían tracción a su piel desnuda. Sin embargo, cuando ocurría, para ella era tan normal que me preguntaba como me había ido mientras untaba su dermis en algún aceite.
 
Por eso me fascinaba que los demás me miren con envidia cuando tomaba mi mano y salíamos de nuestra morada, ya sea para hacer una compra o un paseo por la manzana.
 

 

 
Esa tarde como en todas las veces que salía de casa, Yu se queda sobre un cojín en la ventana de mi cuarto, esperando a que regrese.
 
No se porqué,  pero al regresar, mi hermano había llegado y lo note muy molesto… me miró con desgana diciéndome   “ese gato tuyo me esta hartando cada vez mas” subí a mi recamara saltando de dos en dos los escalones con la esperanza de encontrar a Yu intacta en su guardia de siempre.
 
Azoté la puerta y quede perplejo al no verla arriba de su cojín, enseguida bajé las escalinatas deseoso de tener a mi hermano entre mis manos y preguntarle que había echo con Yu.
 
Pero antes de hacerlo me percate de un bulto color blanco que se acurrucaba en una esquina de entre los cuartos.
 
Sabía que era ella, me di cuenta en el momento que me apacigüé de esa ira instantánea. Me acerqué y la tomé entre mis brazos, lanzó un gruñido pero cesó cuando supo que era yo.
 
Se aferró a mí con fuerza, extendiendo sus patas sobre mi pecho, la llevé a mi alcoba y la recosté en su almohada junto a la ventana.
 

 

 

 

 
Estaba completamente seguro de que Yu no era capaz de levantarse de su sitio mientras no llegara. Mi hermano había entrado por alguna razón a mi dormitorio, y por alguna otra razón la había ahuyentado de su puesto, sea lo que sea no me importaba.
 
No me gustaba discutir y menos por minucias, así que decidí ignorarlo, Yu no estaba mas que espantada.
 
Tome la decisión de cuando me dispusiese a salir asegurar mi habitación.
 
Mas tarde, esa misma noche, me fijé como nunca antes en el vetusto asilo de ancianos que se veía desde el lugar de Yu. Lo ice mientras la acariciaba y vislumbraba el firmamento.
 
Realmente me encantaba mirar allí fuera y mejor si mi compañera cuidaba mi lumbrera de cualquier espectro.
 
Concluí que nos iríamos a dormir temprano, antes leía un par de cuentos y me recostaba como a las nueve o diez indeleble.
 
Mi hermana subiría como todas las noches con un vaso de leche, esa ocasión me encontraría dormido, y no imaginaba hacerlo sin percibir su hermoso cuello mientras me daba las buenas noches.
 

 

 
Al otro día me desperté muy tarde, era domingo, y lo hice estirando mis brazos hasta que casi me dolían. Tenía que estar libre de pereza ya que los domingos significaba paseos con mi hermana, tan ávido estaba por saber donde me llevaría que con mi mano izquierda tire la copa con la leche que mi hermana había dejado la noche anterior mientras dormitaba.
 
Me enfurecí al ver todo roto y sucio bajo mi cama, y me figuré a Yu lamiendo los restos de la leche derramada.
 
Pero esta permanecía con sus ojos azul obscuro atravesando la ventana y clavados al vacio, al menos eso pensaba, al vacio.
 
Me levanté y llamé  a mi hermana para que me ayudase a limpiar, lo hicimos y salimos poco tiempo después. Yu, seguía de cara contra la ventana, me acerque a palmearle la cabeza y nos fuimos.
 
Anduvimos hasta la tarde, desde el centro hasta la luz del medio día. Miramos puentes, muelles y barcos.
 
Al regresar, pasamos junto al asilo, estaba a cinco o seis casas de la mía. Por eso lo quede mirando y repasando lo de esta mañana.
 

 

 
Luego de dar seis o cinco pasos distinguí claramente la ventana de mi habitación, la pude distinguir y también enfoque claramente a Yu. ¡Ahí estaba! sin moverse, como esfinge esperando seccionar las rocas y salir al frio.
 
Desde esa tarde solo así la percibía, como una moldura perdiéndose entre los cristales de la noche y retornando hacia mis ojos con el mismo fervor que la imaginaba.
 
La tenía frente a mí todos los días, ahí siempre, dejándome ver su lomo y perdiendo la mirada en el obscuro hospicio.
 
Nunca sabré qué llamó la atención de Yu de ese lugar.
 
O peor, por que fui a buscarla.
 

 

 
Todo sucedió a la mañana siguiente, encontré mi ventana semiabierta y una almohada vacía.
 
Yu no estaba, aparentemente se había ido aprovechando el espacio, pero ella no podría apartar el manubrio para salir. Tal ves mi hermano, se me ocurrió, pero después pensé no especular y adelantarme.
 
Lo primero que hice fue abrir las portillas de par en par, posterior de eso salí a rondar el asilo, tenia la sospecha que merodeaba por el área.
 
Así pasaron siete días, luego treinta, después no supe cuando se marchó.
 
Había pasado tanto tiempo que me cansé y decidí cerrar la ventana, lo hice un sábado antes de acostarme. Al hacerlo repasé que Yu tal vez retorne, y que al día siguiente iba a volver a abrir la ventana. No perdía nada intentándolo.
 

 

 
Ya eran las ocho de la mañana, me desperté y lo primero que vi fue el cojín vacio. De inmediato me dirigí a separar las portezuelas de mi lucera.
 
Al hacerlo solté un bostezo mirando el cielo de la mañana. Un maullido cerró mi boca involuntaria. ¡Yu!, me dije corriendo hacia el portón de mi casa. Crucé la trocha dirigiéndome hasta la compuerta de aquel hospicio, enseguida golpee para llamar al celador, no salió nadie. Sabía también que el albergue disponía de dos puertas.
 
Dando vuelta la esquina pude ver a mi madrastra, a ella no le gustaba que ande solo, era un lobo vestido de mujer y no podía tolerar verme fuera de sus normas.
 
Sus escasos treinta y seis años fueron suficientes para hipnotizar a mi padre, en solo dos años de conocerla tardo en suicidarse.
 
Nunca me enteré por que lo hizo, ni siquiera pude ver su ataúd.
 
Y desde entonces e vivido con esta bruja, esta bruja que obstruyó mi misión de rescatar a Yu, no podía cruzar estando ella ahí. Se estaba acercando así que mejor regrese por donde había venido.
 

 

 
Ingenuamente pensaba en que no saliera del asilo, que se quedara y espere a que yo llegue.
 
Al ocaso del día mi madrastra salió de nuestro hogar, ya era tarde, estaba obscuro pero seguí en mi plan de salir en busca de Yu. ¡Ya estoy muy cerca!  Me decía sin saber lo que me venía.
 
Directamente fui a la segunda puerta y pude llamar a un guardia que me contó que ya no había nadie y que regrese al otro día cuando sea horas de visita. A lo que le comenté mi situación y creía que mi gata tal vez se encuentre encerrada y perdida por algún lugar del hospicio.
 

 

 
Previa una charla corta el vigilante aceptó y me abrió el portón, me dijo que entre y busque, y yo lo hice.
 
Un pequeño sendero hacia la recepción era todo lo que un candelabro alumbraba.
 
Nunca supuse que sería tan obscuro, era una obscuridad que lastimaba mis ojos.
 
Ya adentro, se ubicaban dos escaleras, a mi derecha y a mi izquierda. Todo ahí era como una cripta recién abierta, demasiado fúnebre para ser de aquí y demasiado vivo pasar ser del averno.
 
Tenía mucho miedo, desde que entré esa misma obscuridad ingresó por mis poros y me atrajo cada vez más cerca. Pero seguí, subí las escaleras y el pasillo de arriba era mucho más obscuro que la entrada. Con la diferencia que habían varios brotes de luz alumbrando contados lugares.
 

 

 
Fue ahí, en ese pasillo, donde distinguí a un anciano cruzando una puerta. Por su silueta rasgada supuse que eran vacilaciones de mi mente confundida y traté de no asustarme aun más. Respiré despacio y me dirigí a ver que poseía la puerta en el otro lado.
 
Me asomé muy despacio y mi mirada se dirigió hacia el centro,  en efecto, una cama des tendida bajo una luz muy tenue. Aparentemente hubo alguien en ese lugar.
 
Seguí por todo el pasillo dejando atrás aquel cuchitril espantoso y siniestro, hediendo antes muy parecido a cabello quemado.
 

 

 
Mi palpitación se hacia mas notoria bajo mi pecho, el miedo me envolvía por completo.
 
Solamente me arrodillé y cerré los ojos, los cerré por largo rato y así fui gateando pocos metros hasta que los abrí. De la obscuridad completa fue testigo mis vistas, una opacidad frívolamente desesperada.
 
Era horrible no saber por que se extinguieron las pocas luces que alumbraban y no sabia ni distinguía para donde ir. ¡Estaba muerto!  Pensé aquel instante.
 
No quería moverme cuando algo me hizo cambiar de sentir, en plena obscuridad pude ver en un tono aún más oscuro un hombre maduro con lo que parecía ser una almohada en su mano izquierda.
 

 

 
Lo miré despavorido pestañeando continuamente. En proporcionada confusión no me anticipe al supuesto hombre acercarse a mi, ya no sabia que hacer, cerré mis ojos pero igual estaba ahí.
 
Solo me los tape con las manos y me agaché… Esperaba palpitante, nada me toco, cavilé en que ni me había visto y se fue. Eso pensaba.
 
Me quite las manos para después abrir los ojos, todo había transcurrido en una serenidad completa. Nada ocurrió, ilusoriamente el hombre no estaba.
 
Nada pudo calmarme ese momento, ni la idea de encontrar a mi querida Yu me sosegó.
 
¿Qué podía yo hacer estando en medio de la línea? Me encontraba en medio de elegir retroceder o apaciguarme y encontrarla para salir de aquel lugar.
 
Elegí lo segundo. De haber sabido que Yu ya no aparecería fuese la primera.
 

 

 
Ahora seguía la tarea de convencerme a mi mismo de no creer en nada que mire, las sombras son traicioneras y todo prestaba apariencia lúgubre.
 
Debía permanecer sumiso a los sonidos y a lo que toquen mis manos. Eso fue lo más sencillo.
 
Escasamente calmado y dócil mis pasos incrementaban su ritmo, parecía sentir a más gentes por el lugar. Era solo cuestión de tiempo para encontrar un residente que tal ves me de un susto de muerte.
 
Subí y bajé varias escaleras, atravesé y crucé más de catorce puertas. A la vez relajado por no encontrarme con nadie y desesperado por no descubrir ni una huella.
 
Mis esperanzas comenzaron a escasear y no tenía idea donde estaba exactamente. Opté por acercarme a una ventana y ver que franqueaba afuera.
 
Nunca pude olvidar la anciana de la artesa, sentada, aguardando algo y sin moverse.
 
Verla era tan frio como la helada sangre de los cuerpos de los difuntos, yo me aparte de la lumbrera para no obsesionarme por descifrar aquella anciana y tal vez perder el juicio.
 
En ese momento ya concebía las incógnitas de las paredes, puertas y ventanas, olvidando que afuera existía vida.
 

 

 
Solo me quedaba calmar la sensación que percibía, la de más gentes por el sitio. Horrible soledad, por que no pedí la compañía de mi hermana o la de aquel celador.
 
Esa sensación me estaba devorando como hormigas hambrientas desde lo más recóndito de mí ser. Temblaba y mis rodillas se hacían cada vez más débiles impidiéndome avanzar y atascándome como una mosca en la telaraña, sintiendo a las arácnidas pero sin poder verlas, me mesclaba poco a poco como arena lanzada al viento.
 
Quería llorar pero en el ambiente parecía no caber otra emoción que no fuese el miedo, respiraba muy profundamente para reintegrar mis articulaciones a su dinamismo regular.
 
Medité también esperar que amaneciera y pedir ayuda al mismo tiempo que se asome el sol, pero también no quería volver loca a mi hermana buscándome toda la noche sin saber donde.
 
Lo mejor era avanzar y seguir indagando, sirviéndome de los destellos de luna para no perder la noción del tiempo y del lugar.
 

 

 
Me encontraba yo entre dos ventanas que no eran más que un par de cristales opacos por la neblina tan espesa como la misma nieve e igual de blanca. Contra la pared un temblor sacudió mi cuerpo, claro estaba que el sitio no era nada normal, cerré de nuevo mis ojos, presionando muy fuerte un parpado contra el otro. Siete o nueve segundos pasaron hasta que mi laringe se sintió oprimida hacia si misma. Parpadee y presencie lo mas horrible que había visto en mi corta edad, la sombra me asfixiaba en el mismo tono que el primer encuentro que situé.
 
El relieve de mi agresor parecía el de un hombre, mis manos desesperadas por zafarme de su acometida solo traspasaban aquellos brazos que impedían que trague saliva.
 
Me ahogaba algo que podía ver y sentir claramente sus dedos sobre mi garganta, pero no lo podía tocar, eso fue lo más desesperante, no saber lo que te ataca.
 
Me soltó al fin y caí postrado sobre mis hinojos con la cabeza gacha y mis manos abiertas en el húmedo piso de azulejos, no quise levantarme pero tenia que estar seguro de ya no correr peligro.
 

 

 
Apenas elevé mi cabeza distinguí una mujer frente a mi, estampada contra la pared tal y como un insecto luego de aplastarlo con una bota. Me aterré y mis huesos quisieron salirse de mi cuerpo y correr hasta estar muy lejos. Ni me molesté en ponerme de pie, con mis manos tapé mi nuca y bese el suelo. Tupiendo mis vistas momentáneamente, por fin resolví salir disparado hacia la primera puerta que encuentre.
 
Comencé a bacilar al ponerme en pie y quise ver por última vez aquel horroroso cuadro, pestañee y la pared estaba tan limpia que me dio aun mas terror que cuando poseía a la dama aquella.
 
No podía creer que mi juicio me traicionase tantas veces, ni siquiera tenía idea de cuanto había durado mi trayecto desde que entré y comenzó mi suplicio, en ese momento supe que Yu estaba perdida y pronto yo enloquecería si no salía de inmediato.
 

 

 
Corrí como alma que lleva el diablo, pateando lechos puertas y batas, todo lo que se cruzaba en mi trote iracundo. La última portezuela que miré antes de detenerme fue una previa a un balcón, no pude avanzar más, me hubiera arrojado de no haber sido por que no se distinguía nada más que la bruma y las estrellas oscilantes por el esplendor lejano.
 
Tomé aire y di media vuelta para volver a entrar, para mi sorpresa la puerta se había cerrado por dentro y la única ventana cercana poseía gruesos barrotes.
 
Grité llamando al vigilante pero solo mi propio eco respondió a mis suplicas, moriría de hipotermia si permanecía el tiempo necesario para entumecerme, solo me quedó acurrucarme sobre mi mismo y frotar mis manos contra mis hombros para almacenar el calor que mas pudiese.
 
Me sentía cansado, mis parpados cayeron automáticamente a mi agotamiento, respiraba lentamente para no albergar mas aire frio en mi interior… un sonido templó mi cuerpo guiando mi vista hacia el cielo.
 

 

 
Miré las alturas teñidas de un carmesí sofocante como el mismo infierno debe arder, ancianos con sus bocas precipitadas hacia su pecho flotando como polillas de un lado a otro, reclamando su dolor, con togas largas que dejaban ceniza a su paso. Y un viento a un mas terrible, con la diferencia que este quemaba mis mejillas y silenciaba mi oído.
 
Retrocedí sin mirar atrás con pasos torpes hasta tropezar y caer espaldas contra el pórtico, este se abrió luego del golpe recibido. Entré y la azoté atascándola con el peso de mi cuerpo, escuche pasos, volteé y una almohada con unas manos crudas se dirigían a mí.
 
En ese segundo ya me había percatado de que el portal eran mis ojos así que los cerré fuertemente, esperé, todavía dudoso flaqueé en abrirlos, lo hice lentamente.
 
Mi hipótesis era cierta, todo se había desvanecido, el cielo rojo y los espectros se marcharon.
 
Suspire aliviado pero todavía muy inseguro.
 
Yu ya no me importaba tanto como al entrar, entonces decidí ya no correr, si no solo caminar.
 
Lo hacia pensando en que nada me podía suceder absteniéndome de cerrar los ojos en determinados momentos.
 
Llevaba merodeando de arriba abajo varios minutos, una portezuela llamó nuevamente mi atención.
 

 

 
Abre sabido yo del contenido de esa puerta para no atreverme a cruzarla nunca, tomé la perilla y empujé hacia dentro. ¡Venga mi señora!  Se oyó de una voz tremendamente ronca que crujía como la tierra y endurecía como la misma.
 
Me acerque para poder ver a un anciano casi inválido, sentado en el piso, y murmurando siempre ¡venga mi señora, venga!
 
Me aproximé más, quería observar su rostro, hasta que lo tenía en frente. Me miró fijo a los ojos, no entendía su mirada. Su pupila izquierda era normal, pero el derecho…
 
Sentía de su iris un remolino que figuraba moverse de afuera hacia adentro, como un torbellino, gris u opaco, y con mucha sangre acumulada.
 
Aquel octogenario hombre lanzó un bramido que me prensó las venas, después me desmayé.
 
No recuerdo nada más que el momento al despertarme, lastimeramente estaba en el limbo y no dudé en volver a cerrar mis ojos para salir de ahí.
 
Pero no pude hacerlo, antes de despedirme de ese frívolo mundo aquel viejo gemía tan agudamente que cortaba mi corazón y lo hería con cada alarido.
 
Todo mi cuerpo se hallaba paralizado por la paranoica escena y la mencionada mujer entró…
 

 

 
Habrase visto cualquier ser humano en el mundo ninguna mujer o lo que fuese en realidad, como la que frenteaba mi sien. Horrible, bárbara mirada, y un aspecto grotesco que la hacia parecer un animal repulsivo sin forma conocida.
 
Asimiló mi organismo mugriento tirado boca abajo en la helada baldosa mientras asediaba mi área como buitre hambriento, era malvada y la locura era su don.
 
Pensé que sería su primer objetivo cavilando fríamente en mi muerte y desgraciando al viejo para que hiciere silencio, pero un acto imprevisto selló para siempre esos lamentos.
 
La mujer le abofeteó con tal fuerza que le pintó la sangre sobre el muro y a él al mismo tiempo, regado por toda la pared quedó seccionado.
 
El silencio corroboró cuanto le gustaba imponer su mutismo y no se movió después de dar el violento golpe, literalmente lloraba y mocaba entre quejidos muy leves para que alguien llegase y me salvara.
 

 

 
Reflexioné que ya nada podía pasar ni hacer, me encomendé e hice silencio como nunca en mi vida, era algo engañoso verla reaccionar tan apacible ante la quietud que se originó desde que paralicé mis nervios. Pasó un largo tiempo pero no cambió de actitud ni de posición, no se movía y considere en ponerme en pie y huir lo más remotamente posible.
 
Dude mucho hasta concluir que ya tenía que apartarme, todo sería mejor a quedarme a esperar mi deceso, me alcé y caminé con prudencia sin fijarme en un bacín que cayó de una silla consumida por la humedad…
 
El sonido que emitió al batir el suelo despertó a la mujer y esta se dirigió a donde yo me escondía, ahora si nada prolongaría su ira contra mí.
 
Rugió y dejó ver su bocaza impetuosa carcomiendo las partículas que quedaban bajo la luz, algo demasiado atroz para creer que no sucedería.
 
Con sus frías manos me tomó los antebrazos y los comprimió hacia mis costillas preparándome para su enajenación.
 
¡Otro grito! otro anciano, me soltó y ni siquiera la vi salir, me tapé tan rápido como ella al desaparecer. Entonces concluí que el error era perturbar el silencio y que a otro le tocaría mi suerte.
 

 

 
Inmediato oculte mi vista y me preparaba para desertar de donde me asediaban y aterraban… volví a aclarar mi visión descubriendo ese hedor a pelo quemado de nuevo.
 
Miré varias gentes circulando con la cabeza envuelta en llamas y despidiendo esa peste inmunda, todos se miraban y en un momento lo hacían conmigo.
 
Me agarraron de los pies y de los brazos, tapando mi boca para que no gritase. Todo ese lugar era un escenario nuevo que ardía y venteaba un ambiente de a un mas ansiedad, aquellos pirómanos desesperaban entre ellos por hacerse con alguna parte de mi cuerpo y manosearla. Extrañamente los sentía literalmente fríos mientras unos traban de cerrar mis ojos y otros seguían tapando mi boca.
 

 

 
No soporte mas… me sacudí tan fuerte como mi cuerpo pudo y alcancé a zafarme de varios de ellos dejándome pegar un alarido que se cortó por mi faringe reseca.
 
Pero… el grito se oyó, ellos ya lo sabían y yo lo sospechaba, la duda se aclaró al verla entrar no se de donde. La mujer sabía en que lugar surgió el chillido y se acercaba a mí decididamente, las ardientes almas que me acompañaban se dispersaron alejándose y no se distinguía más que los destellos que dejaban sus cabezas flameadas. Todos corrían en el más mudo trote oído por multitudes.
 
Era fácil distinguirme así que corrí lo más que pude,  pero en una milésima se trasladó hacia mi frente, entonces sentí que ya estaba entre sus manos y me iba lentamente, rogando por morir.
 
Uno de los ardorosos viejos pasó por mi lado, se me ocurrió sujetarme de él para morderlo, el pirómano gruñó del dolor, lo roí tan fuere que hasta mis encías sangraron, o lo sentía.
 
Después ocurrió lo que tramé y la mujer no esperó tanto, ellos le provocaban un especial sadismo.

 

 

 
Quise ver… me quedé e hice silencio, ella lo tomó y el se olvidó de la mordida. Su mano, parecía un brote de pétalos carnívoros presionando a un zángano iracundo, le apagó la cabeza con solo apretarlo.
 
En ese momento me arrepentí de haberme quedado y mi cuerpo asumió la necesidad de exclamar mi llanto ferozmente, pero también me tranquilicé pensando en el silencio que sería mi redentor, si es que permanecía intacto.
 
Como siempre se quedó inmóvil, supe que tenía que correr mudamente y solo la veía cada vez más lejos cuando la voltee  a ver si permanecía paralítica.
 

 

 
Distanciados ya, tropecé y caí, eso me permitió ver por fin, verla ahí como la recordaba en mi ventana todos los días al despertar. Yu apareció en medio de los restos del difunto, danzando alrededor como duende echando maldiciones al yacente.
 
En aquel momento estuve al tanto del espanto que me empezó a provocar la pequeña Yu y mi sosiego se alteró fatídicamente en contra mía.
 
Acercándome poco a poco me fui a donde ella sin percatarme que la mujer podía despertar de su doliente calma con el mas leve sonido.
 
La abominación se mescló dentro de mí como dentro de ella y no tuve opción a nada mas, la miré asegurado a sus ojos azules y en un momento la estrangulaba, asfixiaba a la aparente e inofensiva Yu, hasta desprenderla de su vida, en tal momento la mujer despertó y alterado por verla seguí apretando mas la garganta del pobre animal y esta al mismo tiempo se contenía por su sofocación.
 

 

 
Al igual que un muñeco vudú ella sentía lo que Yu, y el tiempo se me hizo corto para asesinarla, viéndola caer como un álamo gigante. Solo ahí me percate que el precio para deshacerme de la horrible mujer iracunda fue matar a la debatida Yu.
 
Pobre de mi gatita no sabia el costo de su vida, pero, no fue nada en vano.
 
No sabia nada del alcance de mí custodiada mascota, cuando la tiré al piso pensando que ella y la mujer habían perecido, desperté del más conspirador desmayo.
 
La vi, al felino frente a mí, y a la verduga cerca de mí tirada inerte, sucedió lo que ningún hombre a creído ver, escuchar o imaginarse…
 
¡Yu, Yu!… me alardeó que me levantase y me fuera con ella, me explicó entonces de una manera inhumana que ella, la mujer, debía sucumbir.
 
Un infarto hubiera sido una bendición en ese momento para dejarla de oír, Yu flameaba de cabo a rabo.
 

 

 
El demonio despertó, me siguió hablando, me dijo que la siga, que ahora era yo el sanguinario  y el nuevo señor. Que junto a ella seriamos el alfa y el omega del lugar, podríamos hacer con las almas el castigo que nos provoque sin limites de sonido u obscuridad… no tuve mas remedio.
 
Desde entonces no puedo morir pero si dar muerte, tampoco escapar pero si atraparlos, permanezco enredado entre las paredes del hospicio para siempre, cabalgo sobre mi compañera felina degollando y  ajusticiando al que creemos conveniente o a nuestro gusto.
 
Nada ya vacila entre mis manos, ni mi propia vida, así entonces somos los jueces.
 
La nueva parca del asilo y de las almas vagas… Yu y yo….
 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 
R.R. NORIEGA
 

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